jueves, 28 de febrero de 2008

Violencia de género: ¿Qué esta pasando? .

En las últimas horas o días se nos han revelado un número demasiado elevado de mujeres asesinadas a manos de aquellos a quienes denominamos los “presuntos. No podemos olvidar en ningún momento, antes de comenzar a reflexionar sobre el tema, que cada una de las mujeres asesinadas posee una historia personal que, de manera desdichada, ha concluido de manera trágica dejando atrás una vida propia, hijas e hijos, familiares, amistades y un infinito número de realidades y objetos queridos o deseados. Además muchas son las mujeres que cada día escapan de las garras de la muerte o, siendo más precisos, del machismo exacerbado que las ha anulado durante demasiado tiempo con menor o mayor éxito.


Hablando con cualquier mujer que haya sufrido violencia de género podemos descubrir que el día en que deciden romper con su esclavitud comienzan una nueva vida en la que deben aprender a sostenerse en pié y caminar de nuevo, pues se han encontrado atadas a su captor y han perdido dichas habilidades. La sociedad, de la que también formamos parte la ciudadanía, debe proteger la dignidad de aquellas que han sido torturadas a puerta cerrada en nombre de un género que se ha presumido superior y ha impuesto este pensamiento a través del uso de la fuerza y la violencia. Muy posiblemente no podemos hablar de un género sino más bien de un modelo dentro del mismo, pues ha sido el perfil hombre hegemónico quien ha impuesto a las sociedades su escala de valores, contando en numerosas ocasiones con la ignorante colaboración del resto del género masculino. Cuando hablo del perfil hegemónico me refiero a los hombres, blancos, de clases medias y acomodadas, que son heterosexuales y que proceden de Europa o Norte América, para los que el resto de la humanidad se ha convertido en un juguete que debe complacer sus deseos y necesidades a cualquier precio, incluso por encima de la dignidad de quienes son objeto de dicha cosificación.

En el informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) titulado Violencia y Salud, se han puesto de manifiesto algunas cifras realmente destacables por su valor y significado. Yo he fijado mi atención sobre un dato que me ha parecido realmente interesante, en promedio “la mitad de las mujeres que mueren por homicidio son asesinadas por sus maridos o parejas actuales o anteriores, un porcentaje que se eleva al 70% en algunos países”. Esto es, que cuando una persona del género femenino es asesinada en el mundo, en uno de cada dos casos lo ha hecho la persona en la que ella presumiblemente ha depositado sus afectos más íntimos, ya sea en el momento del asesinado o en el pasado. No puede existir una muerte más cruel que la que pueda darte la persona a quien amas o aquella con la que te han obligado a unirte de manera forzosa, perdiéndose en este caso dos veces la dignidad personal que debería ser universal e inalienable.

Tras los sucesos de estos días diferentes sensibilidades sociales y políticas han debatido sobre la responsabilidad de los hechos, olvidando que todas las personas tenemos nuestra porción en dicho pastel, y sobre el origen de la violencia contra las mujeres. Unas personas opinan que se produce en el ámbito de lo privado y por causas diversas, por lo que denominan a este hecho “violencia doméstica” y existe un segundo grupo, con el que yo personalmente me identifico en mayor medida, que hace referencia a un mal sistémico asentado en el patriarcado y que ejerce la violencia sobre todas las mujeres y, añado yo, sobre aquellos hombres que no se adecuan al perfil establecido para su género (con todas sus tareas, matices e implicaciones). Este segundo grupo habla sobre la “violencia de género” o, en algunas ocasiones, sobre la “violencia machista”.

La educación recibida en sociedad, en cada uno de los ámbitos en los que nos desenvolvemos, es la responsable última de la formación de las identidades personales y de la interiorización de todos aquellos mitos y prejuicios en los que se ha asentado la supremacía masculina (entendiendo por masculinidad el perfil hegemónico del que ya hemos hablado). De esta manera, la educación se convierte en el arma más eficaz para mostrar que mujeres y hombres somos en esencia iguales y que las limitaciones en un gran número de ocasiones nos vienen marcadas por los dictados de la incorrectamente denominada “tradición”, aunque de este último hecho no somos conscientes de forma habitual pues hemos asumido los valores y prejuicios en los que hemos sido instruidos. Me recuerda este asunto, realizando un pequeño viraje, a un interesante artículo de opinión que he leído ayer en el Jerusalem Post (“Civil Fights: Pathological culture kills” by Evelyn Gordon), abordaba los motivos por los que aparecen suicidas en conflictos muy concretos y en zonas geo-culturales determinadas; una de las conclusiones reveladas por la Señora Gordon es que “Si canalizar tus deseos de venganza en una explosión suicida te convierte en un héroe, esta se convierte en una opción atractiva. Si te convirtiera en un paria, sería mucho menos atractiva”. Si aplicamos esta máxima a la violencia de género, con la debida distancia, obtendremos que una de las soluciones para frenar la violencia machista será mostrar el patriarcado tal y como lo que es, un sistema despreciable, injusto, violento y que debemos, sin excepción, colaborar a extinguir, no existiendo excusa alguna para apartarnos de esta lucha que nos concierne a todas las personas; nuestra edad, educación recibida o contexto en el que nos hemos desarrollado no nos eximen de cumplir con una obligación moral para con la igualdad entre todas las personas.
Recorriendo esta senda es posible que la predicción de Vistoria Sau se convierta en realidad algún día:
“EL PODER RESULTANTE DE UN ABUSO DE PODER, NUNCA ES PARA SIEMPRE”.

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