sábado, 2 de febrero de 2008

Orgullo y praejudicium.


Mientras la actividad del entorno político de nuestro país se incrementa de manera vertiginosa, a la vez que se aproxima la cita electoral, volvemos a recibir informaciones que afectan a personas normales, de aquellas que encontramos de manera continua en la cola de la panadería.


La última cuestión que nos ha sobresaltado ha sido el archivo del caso del Hospital Severo Ochoa, que se hizo innecesariamente famoso durante el 2005 cuando la comunidad de Madrid apartó del servicio a un grupo de personas profesionales, sirviendo de prueba el escrito anónimo y tal vez interesado de alguna persona. Se escribió mucho al respecto y se habló de sedaciones irregulares, de eutanasia encubierta y de muchas otras cosas peores. Ahora, tres años más tarde la justicia archiva el caso, las pruebas aportadas por las personas denunciantes han resultado irrelevantes (supongo que no solamente entregarían una carta sin firmar), pero las personas que fueron condenadas al ostracismo profesional no han visto recuperado su "honor", sus nombres continúan siendo proscritos y ahora las acusaciones se trasladan al plano ideológico.



Como siempre la que sufre es la hierba, mientras los elefantes se esconden para no asumir sus errores y pedir una disculpa que, como en tantos otros casos, es posible que no llegue nunca. No importa que el tiempo otorgue la razón a quienes realizaban sus tareas de forma profesional, sus nombres continuarán ligados a una historia en la que jamás debieron verse envueltos, las consecuencias del juicio previo serán irreparables, pero eso ya no importa pues unos tenían la razón y los otros no.

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